miércoles, 26 de agosto de 2009

Carta a la nostalgia....

Hay veces que el tiempo parece pararse. La gente, la calle, el ruido, los coches... parece que todo para o quizás sólo sea yo la que se detiene mientras el mundo sigue girando incuso más rápido que antes.... ¿No lo notas? Ha parado. ¿Dónde está el ruido? ¿y la gente, dónde están las prisas que tanto nos rigen?... Silencio, ¿lo ves? ha parado.

Quizás sea esta época. Quizás sea esta estación. Madrid está vacío y eso hace cargar el ambiente con una extraña sensación. Se respira nostalgia en cualquier esquina. En cualquier rincón encuentras... nada. El silencio reina las calles, llego a escuchar los pájaros, uno o dos quizá, que pían tímidamente en la copa de algún árbol.

Camino sola por mi barrio, como es casi costumbre por estas fechas. Puedo mirar a un lado y a otro que encontraré las calles vacías y casi sin coches. "¡Qué raro!" me digo y apenas sin querer rememoro apenas unos meses atrás cuando la gente se pegaba por aparcar para ver los toros.

Tengo una suerte inmensa de vivir en un barrio con tanta vegetación. En estos días solitarios el color vivo de las hojas reconforta y da una paz y una especie de magia al ambiente. Se oye el murmullo de las hojas producido por el suave viento. Incluso esto es raro. El viento ni siquiera es cálido, no llega a refrescar pero si trae una sensación muy agradable. Todo parece mágico. No se oye nada. Quizá, a lo lejos, ese murmullo es producido por algunos coches en la m-30; cerca, ni uno.

A veces, asomada a mi balcón cierro los ojos mientras el viento mece mis rizos, y ese rumor que en realidad se que es velocidad, prisas y contaminación, me recuerdan al ulular de las olas... se me antoja, entonces, que estoy en una playa viendo de un mar tranquilo, con sus idas y venidas, y que yo me pierdo en el... Quizá en ese momento el motor de una motocicleta pase rugiendo como una bala ante el balcón y yo, desprevenida, me sobresalto cayendo de bruces en una realidad más enigmática quizá.

Estas solitarias calles, el baile lento de los árboles, el suave murmullo lejano de los coches... todo este ambiente cargado de magia me cautivan y me hechizan. Parece casi brusco el ruido de mis pisadas, normalmente silenciosas, ahora estrepitosas.

Suena un pitido en el móvil. Me libero con torpeza del hechizo del ambiente, consigo girar pesadamente la cabeza. No me molesto si quiera en sacarlo del bolsillo, sé lo que le pasa. No tengo batería.
En otra ocasión esto habría supuesto un problema para mi << ¿y si me llaman?>> y me habría ido lo más rápidamente posible a casa, habría enchufado el aparato y habría subido el
volumen para poder escucharlo desde cualquier sitio de la casa.

Pero ahora estoy sola. Nadie me espera. Nadie me busca. Sigo con mi paso lento que me llevará inexorablemente a casa. A casa.

<<¡Qué extraño es todo en verano!>> Algo recorre mi cuerpo y sé, de algún modo, que podría estar horas callada mirando a nada, con una sonrisa en los labios pensando, o quizá tal vez soñando... con tiernas palabras. O quizás en nada. Ideas sueltas e inconexas que vienen y van como ráfagas de viento.

La nostalgia es, quizás, algo tan palpable, casi hasta tiene forma. Y forman unos brazos robustos, fuertes... y cálidos. Unos brazos en los que me dejo caer presa de su encanto. No hay refugio mejor. No me siento más segura que en ninguna otra parte. Y quiero quedarme en ellos. Desearía que nunca me soltasen. Que me abrazasen fuere pero tiernamente. Y soñar. Soñar con tantas cosas... Y avanzar. Siempre de tu mano. Y olvidar. Hay tanto de malo.

¿No lo ves? ¿No lo notas? El ambiente está cargado. Magia. Me ha hechizado. ¿No quieres verlo? Es todo tan fantástico. Dame tu mano. Quizás hoy no, pero sé que volaremos. Quiero que veas Todo lo que yo veo. Dame tu mano. No la siento. Dame tu mano. Quiero mostrarte todo lo que te quiero.

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